La inflación en Estados Unidos subió en noviembre hasta el 6,8% interanual, el registro más alto de los precios de consumo en ese país en casi 40 años, lo que presiona a la Reserva Federal para que tome medidas de contención.

Lo que comenzó siendo un fenómeno puramente energético está alcanzando ya a todos los componentes que forman la canasta de consumo norteamericano: los alimentos suben un 6,1%, los autos nuevos un 11,4%, indumentaria un 5%, y el transporte casi un 4%.

En los componentes destaca una vez más los automóviles y camiones usados, cuyo precio se ha disparado un 31,4% en términos anuales. La escasez de chips ha provocado parates en las fábricas impidiendo que se fabriquen todos de automóviles nuevos que demanda la economía. Esto ha generado un desvío de la demanda hacia los autos de segunda mano impulsando un alza de sus precios.

La política de la Fed combinada con una inflación firme ha llevado a los tipos de interés reales a niveles negativos que no se veían desde hace años. Estos tipos de interés reales negativos (los tipos oficiales menos la inflación) provocan la pérdida de poder adquisitivo de los inversores más conservadores y de los hogares que mantienen sus ahorros en depósitos o activos que no se revalorizan con la inflación.